CAPÍTULO 2
La naturaleza no es mejor ni peor en sí misma, lo que hace el ser humano al cocinar es mejorar para él aquello que toma de la naturaleza, transformando los productos para hacerlos comestibles o más digeribles.
Por sí misma, la naturaleza «elabora», es decir, cocina, porque en ella se dan procesos que transforman la materia de sus productos (madurándolos, secándolos, fermentándolos, etc.).
El ser humano superó el instinto que guía al animal cuando busca alimento con el objetivo único de sobrevivir. Así, cocinar pasó a ser una actividad propia que no comparte con ninguna otra especie.
El ser humano parte de una actitud y una voluntad que suponen una conciencia implícita de estar transformando productos con el objetivo de mejorarlos.
Como seres humanos, cocinamos con una actitud y voluntad y lo hacemos, esencialmente, porque podemos, a diferencia de los animales. Esta acción ha facilitado nuestra alimentación desde el Paleolítico, pero, después, ha evolucionado de miles de formas diferentes, con múltiples significados y motivaciones.
Cocinar es una acción que aglutina diferentes aspectos, que varían en función de las prioridades y decisiones del cocinero, así como del contexto en el que cocina. El «cómo» se cocina nos proporciona valiosa información para explicar qué es cocinar en función de cuándo, quién, dónde, por qué y para qué se lleva a cabo esa acción. Solo si conocemos el proceso culinario podremos analizar qué se cocina y entender que esa acción genera diferentes consecuencias e interpretaciones.
Además de para nutrir su cuerpo y alimentarse, el ser humano ha sabido emplear productos, técnicas y herramientas que van más allá de la mera supervivencia y hacen de la cocina un vehículo para el hedonismo, para disfrutar con la degustación. Las diferencias entre estos dos propósitos de la cocina se tratan a fondo en este capítulo.